Hace poco me crucé en Instagram con el siguiente titular: ‘La buena madre. Claves que te delatan’. Aunque el artículo me irritaba profundamente, no pude dejar de cliquear sobre él para conocer más el contenido que este artículo ofrecía y conocer si yo tenía alguno de estos rasgos.
Como esperaba no encontré gran cosa, tópicos, estereotipos y frases hechas, y lo que sí me quedé es muy reconfortada después de leerlo detenidamente y de detectar antiguas ideas que desgraciadamente han estado presentes en la sociedad y todavía colean un poco.
Eso sí, el post me hizo pensar: ¿Qué nos pasa a las madres del siglo XXI que seguimos esforzándonos por ser ‘buenas madres’? Creo que es porque se trata de un concepto que está en periodo de desaparición, transición y evolución.
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Ser madre es para toda la vida
Mientras lo limamos y encontramos una ‘definición’ a eso de ser ‘buena madre’ (otra tendencia actual: nos encanta ponerle etiquetas a todo), a mí me gusta decir que intento ser la mejor madre que puedo ser con mis circunstancias y que con dos niñas de 9 y 12 años creo que aún me queda mucho por aprender, ¡si no todo! Y es que no olvidemos que una vez que consigues el nombre de ‘madre’ te dura todo la vida, ¡este no se puede cambiar en el registro!
Siempre he sido una persona muy autoexigente y responsable y cuando entendí esta idea de que soy lo que puedo ser con mis retoñas, entonces fue cuando conseguí dejar atrás la búsqueda por alzarme con el certificado para ser ‘una buena madre’.
Y me sentí aliviada. Ya no tenía que ser una madre abnegada que siempre lleva una sonrisa en la cara, que nunca se queja y que no comete errores. Ahora podía decir ‘hasta aquí’ sin sentirme culpable. Podía (sé que no debo, pero aquí otra vez salen las circunstancias) chillar a mis hijos si estaba saturada, incluso me di cuenta de que no pasaba nada si cenaban el pescado recalentado que había sobrado el día anterior porque ante todo somos y tenemos nuestros límites. Y eso no me convierte en una mala madre, ¡por supuesto que no!
Una crianza con afectividad
Para mí hay un aspecto clave en la crianza de los niños: la afectividad. Un trato poco afectivo en la infancia destroza emocionalmente a una persona en su madurez.
Nuestra responsabilidad como madres (y esto también va para los padres) es aportarles un entorno en el que se sientan queridos, amados y respetados. Y para poder llevar esto a cabo a veces nos toca hacer un viaje interior que nos permita sanar algunas heridas mal curadas de nuestra etapa infantil y recordar cómo fue esa época para quedarnos con aquello que nos llenó y desterrar aspectos que nunca calaron en nosotros. En ocasiones puede resultar doloroso pero nos ayudará.
A partir de ese momento hay que empezar a construir. Y hacerlo siendo plenamente consciente de quiénes somos: madre, mujer, amiga, trabajadora… No podemos olvidarnos de ninguno de esto roles porque solo la combinación de todos ellos nos permitirán seguir avanzando.
Ser madres en el camino
Hay una frase que he leído recientemente en el libro ‘La hermana Sol’, perteneciente a la saga de la autora Lucinda Riley que dice: “La vida solo se puede entender mirando hacia atrás , pero se ha de vivir mirando hacia adelante” y no puedo estar más de acuerdo.
Al final aprenderemos a ser madres en el camino y en este recorrido solo hay que tener una cosa clara: la atención plena para que en la medida de lo posible podamos vivir una maternidad consciente.