Volar siempre ha sido un sueño eterno para el hombre. Un sueño perseguido desde que la Historia es Historia. Y hoy allá vamos. A volar. Volar en avión, no; volar, volar de verdad. Y es que, en el mundo del ocio ya no cabe la palabra imposible. Desde hace unos años, han empezado a surgir en la mayoría de las ciudades los túneles del viento. Unos tubos en los que el aire pasa a toda velocidad y consigue levantarnos de la plataforma. Es flotar. Es volar. Un plan para niños que te recomendamos.

¿Por qué túnel del viento es una experiencia única?

probar la experiencia del tunel del viento

Estos nacieron para las prácticas de los paracaidistas, pero ¿quién dijo miedo? Lo que antes estaba reservado para unos profesionales muy concretos hoy en día hay puertas abiertas para familias valientes. 

Poco a poco se han ido popularizando y las medidas y sistemas de control son tan seguros que hasta está recomendado a partir de cuatro años. De momento lo que no es popular son sus precios, aunque suele haber descuentos para grupos. Así que no os sorprendáis si en breve acaban invitando a alguno de vuestros pequeños a vivir la experiencia en algún cumpleaños. 

Conviene reservar con antelación y hay que estar una hora antes de la cita acordada. No es ninguna barbaridad. Todo tiene su explicación. Hay que registrarse al llegar y rellenar papeles de exención de responsabilidad (está fue la parte más difícil. Si uno lee bien la letra pequeña le entran ganas de darse la vuelta y volver corriendo a casa. Pero no deja de ser un consentimiento informado que firmamos en cualquier actividad de deporte de riesgo o cuando vamos al dentista para que nos pongan la anestesia).

Después toca cambiarse con el atuendo específico. Ellos nos lo facilitan todo. La única condición es llevar nuestro propio calzado cómodo. Aquí sí que empiezan los nervios de verdad, cuando uno se ve con ese mono y empieza a sentirse piloto, o Superman, o Supercoco. Y el atrezo no ha acabado. Hay gafas, tapones para los oídos (el túnel es ensordecedor) y casco (los de mi generación me entenderán cuando digo que me sentía como la Hormiga Atómica). Aquí tengo que decir que el vestuario cómodo, lo que se dice cómodo no es, pero como te sientes dentro de un club de élite no te das cuanta casi hasta la salida. Mi pequeña, que ese día cumplía ocho años, de la ilusión y excitación ya iba un palmo sobre el suelo.

Y ahora llega lo importante. No, aún no toca volar. Y escribo lo importante porque es el momento de recibir una instrucción básica de vuelo. Nuestro monitor, Camilo, nos explicó cómo colocar el cuerpo (posición banana), los brazos y las piernas y nos recalcó que el aire que íbamos a recibir sería fuerte por lo que nuestros miembros debían estar fuertes pero no rígidos. Los únicos que teníamos cara de susto éramos los adultos, porque a los niños no había quien les quitara la sonrisa de la cara.

El ruido del aire impide recibir instrucciones verbales dentro del tubo por lo que también aprendimos una combinación de signos para poder comunicarnos con nuestro monitor durante el vuelo.  Con ellos irá corrigiendo nuestra postura hasta que consigamos volar. Y más allá de todo signo una única consigna: “relájate y disfruta”.

¿Preparados? Pues es el momento de irnos al túnel. Vamos en grupo, pero se entra de uno en uno. Y empieza la magia. Normalmente se suelen contratar dos minutos de vuelo. El primero es de toma de contacto, no más de dos metros de altura. Toca corregir postura, soltar adrenalina… Y el segundo, al que llaman tornado, te eleva varios metros, giras y la velocidad que adquieres es increíble. 

La experiencia es indescriptible, pura adrenalina, nada que ver con lo que hayáis probado en un parque de atracciones. Aquí solo nos rodea la nada, solo hay sensaciones. Si esto no es volar, no puede ser muy diferente.