Nuestra familia al completo, padres e hijas, somos muy fans de Alcalá de Henares, un lugar con historia, con sitios para tapear de lo lindo y con parques para jugar y para tirarse por tirolina. Pero es que ahora, esta ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1998 nos ha terminado de conquistar. Hemos descubierto Los Cerros de Alcalá, un lugar para perderse y desconectar del mundo.
Descubriendo Los Cerros de Alcalá, una ruta de senderismo fácil para hacer con niños
Nuestro punto de partida está en la carretera de Pastrana (M-300) kilómetro 25. Allí hay un mini parking que siempre está lleno, a no ser que llegues pronto, así que lo mejor es dejar el coche en el polígono industrial que está al lado. ¡Hay sitios de sobra! Coged las mochilas con las provisiones porque… ¡comenzamos nuestra ruta circular de cinco kilómetros por los Cerros de Alcalá!
Al principio verás un tropel de gente caminando en la misma dirección que tú y hasta pensarás que te has equivocado de elección porque va a estar todo masificado (a mí me pasó), pero confía en tu instinto (y en esta propuesta que te quiero contar) y sigue los pasos que te lleven hasta el Aula Medioambiental (verás una señal en el camino, pero el centro está cerrado). A partir de este punto tú eliges qué ruta quieres hacer. ¡Están señalizadas por colores!
Nosotros elegimos la verde (cinco kilómetros con algunos desniveles con lo que no es aconsejable para bicicletas), que se cruza con la roja (2 kilómetros planos y sencillos, ideales si vas con carrito de bebé o silla de ruedas). Según te vas introduciendo en la senda, dejas atrás a la multitud y los pinares se convierten en tu mejor escolta. Solos en mitad del camino, mis hijas buscan el palo que les acompañe en este recorrido.
Y de repente nos topamos con grandes agrupaciones de piedras de diferentes tamaños en la ladera de la montaña. Son impresionantes y muy tentadoras, tanto que mis retoñas no dudan en subirse o ‘escalar’ por ellas. Cuesta convencerlas para continuar andando, pero sé que no se arrepentirán.
¡Estamos completamente solos! Y el único ruido que se oye son los gritos de mis hijas peleándose por quien va al lado de mamá, pero es imposible alterarse con tanta paz y tranquilidad. Todo está verde y es una auténtica maravilla de paisaje. Según avanzamos empezamos a ver un montón de árboles caídos en el suelo que, en principio dificultan el trayecto (consecuencias de Filomena). Y digo que en principio porque para los niños es una motivación y un aliciente. Unos los bordean, para sortear otros serpentean por el suelo y, en ocasiones, los saltan como si fuese un circuito de obstáculos de unos juegos de atletismo.
Si queremos continuar hasta el final tenemos que reponer energías, así que decidimos buscar un sitio en el que improvisar un picnic: extendemos nuestra manta, sacamos el tupper de tortilla y abrimos la botella de agua. ¡Que se pare el tiempo por favor! Y mientras papá se echa la siesta, nosotras jugamos al Doble y/o al Virus, juegos de mesa que caben en la mochila de mamá y que nos acompañan en cada una de nuestras salidas al campo.
Continuar el camino siguiendo las señalizaciones puede ser complicado porque muchas de ellas están caídas, pero queremos intentarlo hasta el final. ¡Nos han asegurado que las vistas de Alcalá de Henares desde este enclave son espectaculares! Damos la vuelta entera y volvemos a la intersección donde se bifurcan la senda verde y roja. Después de andar entre pinares y montañas nosotros cuatro solos es como si hubiésemos hecho un viaje y acabásemos de aterrizar en la realidad.
Regresamos dirección a nuestro punto de partida por la ruta roja, conocida como de los Tarais. Leemos en los carteles informativos que podemos ver conejos, el animal favorito de mi hija mayor, pero no tenemos suerte de divisar ninguno. ¡Ya tenemos una excusa tonta para volver a pasar un día a Los Cerros de Alcalá!