En Navidad, en Semana Santa, en puentes y, por supuesto, en verano… Siempre que no tenía colegio mi padre, mi madre y mis dos hermanos nos montábamos en nuestro Renault 5 amarillo y nos íbamos al pueblo. Allí he vivido las mejores vacaciones de mi vida y ahora les toca el turno a mis hijas, que cuentan los días para llegar a este pequeño rincón de Ávila en el que parece que el tiempo se para y donde aprenden lecciones de vida que no están en los libros.
Cómo son los veranos en un pueblo de Ávila
Son solo 157 kilómetros, poco más de una hora y media, lo que separa mi casa de Madrid del lugar donde nacieron mis abuelos y mis padres, pero cuando paras el coche y te bajas ¡parece que has hecho un viaje en el tiempo! No hay grandes supermercados ni medianas-pequeñas tiendas con el cartel de ‘eco-maxi’ o ‘maxi-china’; no verás ningún semáforo ni tampoco pasos de cebra y, según la época del año, puede que hasta no te cruces con nadie por la calle. En mi pueblo, el aire es tan puro que, como decía mi abuelo Emiliano, ‘parece que nadie lo ha tocado’.
El parque se compone de un columpio, un tobogán y un balancín de los de hierro, el campo de fútbol está seco, tiene baches y las porterías no tienen red; y el frontón, por suerte, está recién asfaltado. La única ‘señal’ de que el tiempo no se ha parado en este lugar es que hay wifi abierta para todos los habitantes y veraneantes, pero solo en un radio de unos metros alrededor de la puerta de las antiguas escuelas, que es donde está el router.
Aún así y con todo esto, Elena y Ana, nativas digitales que se mueven por Youtube como pez en el agua, que me roban el móvil para whatsappear con sus amigas y que se conocen toda la programación de Netflix, son felices cuando están en el pueblo. Allí se olvidan de los dispositivos móviles, de la televisión y de lo que es su vida en Madrid. ¡Los veranos en el pueblo son especiales!
Qué aprenden mis hijas de sus veranos en el pueblo
Y, aunque pueda parecer un lugar donde no hay nada que hacer, ¡todo lo contrario: nos faltan horas en el reloj! Mi hija mayor, si la dejamos, sale de casa a las 10.00 horasde la mañana y, si la dejamos también, no regresa hasta la noche, a excepción de si tiene mucha hambre, mucha sed, tiene que ir al baño o le ha picado una avispa (no será ni la primera ni la última vez).
Cuando vuelven a Madrid, coincidiendo con la vuelta al colegio, son niñas distintas en todos los sentidos. Regresan más morenas, más altas, más sabias y aprenden cosas que no están en los libros pero que forman parte de la vida misma. ¿Sabes a lo que me refiero?
– Caminar por la carretera sin riesgos
Una de las actividades que casi a diario hacemos es montar en bici o dar paseos al atardecer. Según cuál sea nuestro destino, cogemos un camino o la carretera comarcal que separa mi pueblo, Gallegos de Sobrinos, del vecino, Blascojimeno. Y así es como les explico que, si vamos andando y viene un coche, tenemos que situarnos a la izquierda; y que, en cambio, si vamos en bici, hay que desplazarlos al lado contrario.
– Formas de compra y venta diferente
La venta ambulante no está permitida en muchos lugares de España, pero en el caso de esta zona de Ávila es casi la única manera (podrías coger el coche e ir a un pueblo cercano a la ciudad) que tenemos para poder comprar el pan y demás alimentos y productos del hogar. Para ellas es muy divertido descifrar si viene el del pan o el de los congelados según sea el sonido del claxon, el día en el que nos encontramos o la hora que lo escuchemos.
– El origen de las cosas
‘¿De dónde vienen los huevos?’ Puede que algún niño conteste a esta pregunta con un ‘del supermercado’, pero la verdad es que no es así. Por suerte mis hijas desde bien pequeñas han visto con sus propios ojos que son las gallinas las que ponen los huevos y han podido degustar una tortilla francesa de dos yemas muy muy muy amarillas gracias al ‘gallinero’ de la señora Josefa.
– Juegos de toda la vida
No hay nada como dejar a un grupo de niños sueltos en un campo sin ningún tipo de acceso a las nuevas tecnologías para que su cerebro empiece a funcionar y a buscar formas de entretenimiento. Y así es como mis hijas pasan las mañanas y las tardes jugando a las chapas, a las cartas o a las tabas o ven cómo los mayores echan partidos al frontón o a la calva.
– Lo rico que sabe el cocido a la lumbre
A día de hoy es todo un lujo poder saborear un rico cocido hecho a fuego lento en una chimenea, o como dicen aquí en mi pueblo, en la lumbre. Y ellas han tenido el privilegio de poder hacerlo y de degustarlo con productos 100% naturales, como el chorizo o el tocino que los abuelos han preparado durante la matanza en invierno o los garbanzos que le compramos ‘al Moreno’.
– Vocabulario nuevo
‘Sube al sobrao’ o ‘Vete al caño a por agua’ son expresiones que solo escuchan cuando vienen al pueblo. Y es que en cada lugar hay un registro característico y aquí la jerga que se utiliza en ocasiones es muy distinta a la que están acostumbradas ellas a utilizar u oír en la capital.
– Oficios como el de ganadero
Quedan, al menos en esta zona de Ávila, pocos ganaderos o agricultores, pero aún los hay. Y su vida no es para nada cómoda. Vivir el campo es duro porque no tienen horarios fijos y si una vaca se pone de parto a las cuatro de la mañana, hay que atenderla y eso solo lo ven (y se lo explico y recalco) mis hijas con sus veranos en el pueblo.
– El valor de las cosas
Lo tienen muy interiorizado, pero una de las cosas que más las sorprendía al principio es el hecho de que no se pudiera beber agua del grifo y que tuviéramos que ir a la fuente cada día a por ella. Una forma, como yo les digo, de valorar lo que tenemos y que, en ocasiones, no lo hacemos como deberíamos.
– A cocinar de manera natural
Hay un ‘evento’ que nos anuncia que el final del verano está cerca: pasar una tarde recogiendo zarzamoras. Es una actividad muy divertida, que mis hijas esperan con emoción desde julio, pero que se demora hasta finales de agosto, teniendo en cuenta las lluvias de las últimas semanas y el calor. Con su camiseta más sucia (las manchas de zarzamora son muy difíciles de quitar) y su bolsa o tartera, hacen campeonatos para ver quién recoge más para que después la abuela Tere les haga rica mermelada para sus tostadas matinales.
– Cuidar y comprometerse con el medioambiente
En el pueblo todos dormimos mejor y todos estamos más relajados, una consecuencia positiva de la falta de contaminación acústica y ambiental. Y así se lo hago ver para que cuando visitemos otros parajes seamos respetuosos con el entorno.