Con la llegada del otoño toca hacer rutas propias de esta época del año, por ejemplo, hacer una visita a El Castañar de Rozas de Puerto Real, uno de los últimos pueblos de Madrid antes de adentrarse en tierras abulenses. Una senda, parte lineal y parte circular, de lo más interesante y entretenida para los mayores pero sobre todo para los niños. ¡Te cuento más enseguida!
Descubriendo El Castañar de Rozas de Puerto Real en familia
Cogiendo la carretera de los pantanos y atravesando San Martín de Valdeiglesias, llegamos a Rozas de Puerto Real, ¡el paisaje hasta aquí es realmente bonito! Nuestra primera parada la hacemos en la oficina de turismo (en la carretera principal a la derecha) para que nos den un mapa de la ruta y una sorpresa para mis hijas: cuaderno de actividades, pegatina de Castañín, la mascota de este pueblo, y un carnet de exploradores (mete un bolígrafo en la mochila porque en vuestra parada para comer querrán rellenarlo de la primera a la última página).
Bajamos la calle principal como si fuéramos a salir del pueblo, tomamos una calle a la derecha con casas blancas y a pocos metros vemos una indicación que nos muestra el camino a seguir. Un camino de arena nos invita a adentrarnos en el bosque de castaños y helechos. El terreno está salpicado de piedras de diferentes tamaños, así que no es aconsejable para niños que aún usan carritos pero sí para ir con perros.
Tenemos la suerte de que no nos encontramos con nadie por el camino, excepto una pareja que son micólogos y nos recomienda que no cojamos ningún tipo de hongo o setas porque puede ser peligroso si no tenemos conocimientos, como es nuestro caso. Lo que sí buscan mis hijas con ahínco son palos que les ayuden en el camino y, sobre todo, castañas. Se impresionan cuando ven cómo de una cápsula verde que parece un erizo salen hasta cuatro castañas. ¡Y yo también flipo!
Esta aventura o prueba les ha gustado tanto a mis hijas que salen y entran por el pasadizo varias veces, hasta que ya les digo que tenemos que continuar para llegar al embalse de Morales y sentarnos un rato. Tu señal de que vas bien es dejar a la derecha esta impresionante puerta que alberga un colegio.
Ahora el camino se hace pesado, porque es todo cuesta arriba, pero las vistas que nos esperan van a merecer nuestro esfuerzo. Los niños piden descansar (se sientan frente a la orilla a jugar con las piedras y el agua) y algunos mayores decidimos dar la vuelta entera al embalse (unos dos kilómetros).
Sabemos que tenemos que emprender camino de vuelta en algún momento, pero estamos tan relajados que demoramos el regreso. ¡Esta noche vamos a dormir de lo lindo porque hemos hecho un reset en nuestro cuerpo! Una ruta de casi 8 kilómetros respirando aire puro es la mejor medicina para combatir el estrés.